Escribe: José Erasmo Gauto
El primer dandy fue el mejor vendedor de las tiendas de antaño, el mejor ataviado, el más seductor, el dependiente en quien el propietario del negocio depositaba sus mejores esperanzas para lograr convencer con paciencia, astucia y palabras bonitas a las señoras y señoritas de la sociedad que se allegaban a los largos mostradores donde se desenrollaban las telas de tul y de tarlatán muchas de ellas importadas de Londres o de París.