Estudiantes arrancó con todo en el Grupo C: aplastó a Vélez con gritos de Mas, Rogel, Del Prete y Zapiola. Y sacó a relucir toda su mística copera.
Fue un partidazo infernal. Un duelo de estilos. Un choque de contrastes marcados. En La Plata ganó una impronta: la de Estudiantes. La de su escuela. La de su sello inconfundible. La de un ADN ganador, hecho a medida para esta clase de encuentros de alto voltaje.
El Pincha y Vélez ofrecieron un partido de primer nivel, con un ritmo apabullante, de esos que no dan respiro y que no le permiten a nadie levantarse de la butaca para ir al baño. Porque el desarrollo fue atrapante. Y a cada minuto imperaba la sensación de que algo importante podía llegar a pasar. Se trató, en definitiva, de un choque cambiante en el que las emociones bailaron al compás de los goles y las situaciones claras permanentes.
Estudiantes supo construir una fortaleza en su estadio: allí ganó seis de los siete partidos que disputó en lo que va del año entre la Libertadores y la Copa de la Liga. El conjunto de Ricardo Zielinski está preparado para sacar provecho de los errores del adversario de turno. Y el aprovechamiento integral de la pelota parada a su favor es total.
Pero el Pincha no se resume a eso y cuenta con distintas armas: también construye buenos contragolpes y tiene a un Leandro Díaz que, cuando no la mete saca a relucir su generosidad para asistir.
A pesar de la forma en la que llegaron los goles, Estudiantes corrigió un error que le había costado caro en algunos encuentros. En esta oportunidad no se replegó cuando estuvo en ventaja. Es cierto que por momentos, incluso cuando iba ganando el partido, dejó espacios que Vélez intentó aprovechar con los desbordes de Luca Orellano, el oficio de Lucas Pratto y el oportunismo del peligroso Lucas Janson, pero el local siempre fue por más.
Estudiantes fue sacrificio, pero también inteligencia. Vistió ropa de fajina, pero terminó festejando de smoking, con los atuendos de una mística inoxidable para celebrar un triunfo de esos que insuflan confianza. Al final hubo baile al compás del tamboril. Y se bailó de lo lindo.