El tenista de 21 años se impuso por 6-3, 2-6, 5-7, 6-1 y 6-2 y levantó el tercer título de Grand Slam de su carrera.
Pasaron 20 años. Hubo que esperar dos décadas para volver a ver a un campeón en la Philippe Chatrier diferente a un miembro del Big 3 o a Stan Wawrinka, quien se coló en 2015 en el medio de los más grandes de la historia. Bueno, especialmente uno distinto a Rafael Nadal, amo y señor del polvo de ladrillo parisino con 14 títulos. El resto se los repartieron Novak Djokovic (tres consagraciones) y Roger Federer (una sola, en 2009). Pero esa racha llegó a su fin y puede que haya significado un quiebre, dado que esta vez la Copa de los Mosqueteros quedó en manos de Carlos Alcaraz (3º), quien superó a Alexander Zverev (4º) en un partidazo por 6-3, 2-6, 5-7, 6-1 y 6-2 en 4h20m.
Que Alcaraz es un talento generacional hay pocas dudas. Encargado de tachar marcas en el deporte de las raquetas, se convirtió en el primero en lograr tres títulos de Grand Slam en diferentes superficies con solo 21 años. Y también fue el primero en ganar el título de Roland Garros habiendo estado 1-2 en sets tanto en las semifinales como en la final. Y si hay un detalle que lo caracteriza por sobre sus aptitudes técnicas es la garra. El hambre de gloria y las ganas de escribir nuevas páginas de historia. Con fallos y aciertos, va para adelante. Como si Rafa le hubiese entregado su legado, no se rindió, exprimió su versión más competitiva cuando las piernas no le respondían y revirtió un encuentro que parecía más que complejo.
El análisis del partido se podría dividir en dos, puesto que las diferencias estuvieron muy marcadas. Durante el primer y cuarto parcial, el murciano dictó el juego a su ritmo. Se bailó la música que él quiso: cambios de alturas, derechas pesadas, dropshots y solidez desde el fondo de la cancha. Sin embargo, en el segundo y tercer parcial hubo otro Zverev. Y un deslucido Alcaraz. El alemán castigó con el revés, se plantó un metro más adelante en la línea de base, tomó el control de los puntos y facturó cada uno de los errores de su rival.