El 21 de junio de 1978 en el estadio de Rosario Central se disputó uno de los partidos más polémicos de la historia de los Mundiales. El anfitrión, Argentina, goleó 6-0 a Perú y se clasificó a la final del mundial. Las dudas que despertó esta goleada probablemente nunca sean aclaradas, porque fue quizás la única ocasión en la que la dictadura militar se metió en el campo de juego.
Para lograr el pasaje a la final, la Selección Argentina necesitaba vencer al ya eliminado Perú por cuatro goles de diferencia, debido a la victoria 3-1 de Brasil sobre Polonia. La empresa no era imposible: el equipo albiceleste había ganado los últimos seis choques entre sí. De todas maneras, el contexto de un Mundial es distinto a todo y por eso la situación no era nada cómoda para los anfitriones. La ciudad de Rosario fue una verdadera caldera en los momentos previos al partido, algo que no siempre es beneficioso para el dueño de casa.
Minutos antes del inicio del juego sucedió algo que lo marcaría para siempre: el dictador Jorge Rafael Videla visitó el vestuario de la Selección peruana junto al secretario de estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger. El equipo visitante presentó una alineación inédita: con Teófilo Cubillas como centrodelantero, el debut de Roberto Rojas en reemplazo de Toribio Díaz y el argentino Ramón Quiroga en el banco. El entrenador Marcos Calderón afirmó que fue el once más adecuado para él, pero las dudas ya estaban sembradas.
El conjunto visitante comenzó mucho mejor: a los diez minutos Juan Muñante estrelló un remate en el travesaño y cinco minutos más tarde Juan Carlos Oblitas estuvo a punto de marcar pero su disparo salió muy cerca del palo. El nerviosismo se apoderó de los locales hasta que a los 21 minutos Mario Kempes abrió el marcador. Desde ese momento, fue un monólogo albiceleste, que se fue al descanso con un 2-0 (Alberto Tarantini anotó el segundo) tranquilizador pero no definitivo.
Todo se definiría en los primeros cinco minutos de la segunda etapa, ya que Kempes y Leopoldo Jacinto Luque decretaron el 4-0 necesario para la clasificación. Luego, René Houseman y el propio Luque pusieron cifras definitivas a la máxima goleada de Argentina en un Mundial. La fiesta se desató en Arroyito, sin importar demasiado las dudas que ya se habían generado alrededor de este resultado. La Selección local iba a volver al estadio de River Plate para jugar el partido más importante del torneo.
"Creo en la honradez y honestidad de mis jugadores. Lo que pasó es que jugamos contra un adversario que imperiosamente necesitaba ganar y no cesó nunca en sus remates al gol", declaró el director técnico peruano y es difícil pensar en que esa actitud un tanto "pasiva" de algunos de sus jugadores haya sido consciente. Juan Carlos Oblitas coincidió con el entrenador casi en un todo: "pongo las manos en el fuego por mis compañeros excepto por uno". El apuntado sería Rodolfo Manzo, quien se equivocó de forma grosera en dos de los goles argentinos.
El propio Manzo se lamentó después de regresar a su país: "En mi propio pueblo, sentí, se lo juro, lo peor de todo... Todo el mundo hablando de lo mismo: este vendepatria a qué ha venido aquí".
En la prensa extranjera también expresaron sus dudas. El diario español La Vanguardia publicó: "Fue un partido irreal, del que los brasileños dirán que los peruanos estaban comprados o que los argentinos jugaron bajo los efectos de sustancias dopantes. Cualquier hipótesis es posible".
El ex senador Genaro Ledesma Izquieta denunció que el 6-0 fue una "compensación" de la dictadura peruana de Francisco Morales Bermúdez a la de Jorge Rafael Videla por el envío de de 13 militantes peruanos presos, que debían ser arrojados al río pero lograron escapar. Dicha operación fue parte del "Plan Cóndor". Por otro lado, pocos días después del partido, el gobierno de Argentina otorgó un crédito no reembolsable al de Perú "para la adquisición de cuatro mil toneladas de trigo a granel". Esto también forma parte de las sospechas.
Dentro de la cancha, la Selección Argentina superó con claridad a Perú, le ganó muy bien y se clasificó de manera legítima para la final. Sin embargo, en una Copa del Mundo manchada por el terrorismo de estado, este partido y todo lo que sucedió a su alrededor se convirtió en el símbolo de la utilización del fútbol por parte de los dictadores.