Por César López – Técnico Superior en Turismo
El primer impulso que dio origen a las oleadas inmigratorias se produjo el 4 de septiembre de 1812. Este proceso de transculturación trazó un arcoíris de rasgos y costumbres que hoy dan verdadero sentido a un país que guareció en sus brazos al mundo.
La historia argentina se fundó en la fuerza de los ríos y la obra evangelizadora de los conquistadores. A partir de estos pilares colonizadores fue gestándose nuestra identidad que terminó de construirse como un gran mosaico artístico de expresiones en el tiempo de la inmigración. La fe, el río y la sabiduría de las nuevas culturas resultaron ser los artífices de un sincretismo de manifestaciones y formas de vida que dieron pulso a los primeros latidos de una Argentina que estaba naciendo. El inicio de esta aventura fue determinado mediante una disposición del Primer Triunvirato, cristalizado por la ley del Presidente Nicolas Avellaneda en el año 1876.
Así como a lo largo de nuestro territorio nacional, se desprenden un sinfín maravilloso de tonalidades geográficas con sus características climatológicas, también el espíritu creativo y errante de los inmigrantes quedó incrustado en cada rincón de nuestro pueblo y hoy engrandece el mito de una época. Todo se resume en nuestro folklore patrimonial; aquellos bienes intangibles de auténtica creación, como la gastronomía con sus aromas y el arte culinario de cada región, modismos puestos en el lenguaje y la música como el tango y el chamamé que, en la diversidad de sus texturas sonoras, despliegan una gráfica que resume esta aculturación histórica.
Además, solo basta levantar la mirada en los espacios urbanos de nuestra ciudad para observar las corrientes arquitectónicas del siglo pasado, que reflejan el potencial cultural y económico de una nación que fue considerada como “El Granero del Mundo”. Por nombrar algunos de los incontables símbolos que describen una etapa que debería conocerse como la Refundación de la Patria Argentina. Un dinamismo que intervino hasta en la genética y la antropología física de numerosas generaciones que nos dejaron su filosofía del socorro mutuo, el cooperativismo y la enseñanza de trabajar la tierra y cosechar la siembra.
En fin, la sangre laboriosa de las colectividades extrajeras, nos ha marcado a fuego dejándonos como escuela el sentido del progreso, la esperanza en el desarraigo, el servicio comunitario y el amor fraterno.