La historia del niño que cayó en un hueco de más de 30 metros de profundidad en Marruecos ha conmovido a todo el mundo. Su dramático rescate avanza con la esperanza de encontrarlo con vida. Desconocen su estado de salud.
En lo alto de una colina del Rif marroquí, los metros son oro. Treinta y dos han tenido que excavar las máquinas para llegar al mismo nivel que el fondo del pozo donde está el niño que tiene en vilo al país. Cinco, cuatro, tres separan a los hombres que, metro a metro, van perforando hacia él.
Del estado físico de Rayan, el pequeño de cinco años que lleva cuatro días en el pozo, poco se sabe, pero las tareas de rescate siguen sin descanso día y noche, ahora en su segunda fase: la apertura de un túnel de cinco metros y medio en horizontal hasta el fondo del pozo.
Una tarea que se hace con extremo cuidado para evitar derrumbamientos de la tierra arcillosa, de forma manual, por dos equipos que se van turnando para perforar un túnel al pie del enorme muro dejado por las máquinas que ya excavaron hasta abajo.
La historia de Rayan ha despertado interés en varias partes del mundo
En lo alto de ese muro, un precipicio visto desde la casa de la modesta familia de Rayan, está la boca del pozo, que se adivina desde abajo gracias a tres palos puestos en forma de campaña sobre ella y una luz alumbrándola.
Abajo, los técnicos van colocando tubos en lo perforado del túnel y avanzando centímetro a centímetro, pero el tiempo y las tareas van lentas. Ocho horas para excavar dos metros y medio y a las cuatro de la mañana aún quedan tres metros para llegar a Rayan.
UNA CICATRIZ EN LA COLINA DE RAYAN
Las luces blancas, amarillas y rojas de las excavaciones brillan en la noche en medio de las montañas donde Marruecos, y el resto del mundo, tienen la mirada puesta. Para llegar a ellas hay que subir por caminos de tierra y atravesar arroyos del verde Rif.
En el camino, un río intermitente de gente va y viene alumbrándose con linternas en medio de la noche. Ya en el lugar, a unos metros de la enorme cicatriz en la colina de Rayan, contenidos por vallas, decenas de hombres esperan pacientes el desenlace con olor a gasolina de los generadores.
Esperan, también, en silencio, solo roto por aplausos esporádicos y el canto de un gallo despistado por tanta luz. Solo despiertan de su letargo nocturno al escuchar algún grito de los técnicos que, en primera fila, se afanan por construir el túnel en dos grupos y por turnos.
El murmullo nocturno de los generadores sustituye al que, durante el día, hacían las excavadoras que iban construyendo el precipicio junto a Rayan. De noche, sus técnicos duermen en las cabinas, agotados tras trabajar algunos 22 horas sin descanso.
SIN NOTICIAS DE SU ESTADO
Entre los que esperan está Najib, que habla un poco de español y lleva tres días en la colina. “No he comido ni dormido”. Tanto tiempo le ha hecho perder la esperanza y cree que lo más seguro es que el pequeño ya no respire.
Del estado del pequeño no se sabe nada desde hace horas, pero un helicóptero y una ambulancia esperan a pocos metros para atenderlo en cuanto lo saquen.
Vídeos publicados esta semana en las redes le muestran moviéndose y se llegó a decir que había comido algo que le hicieron llegar con una cuerda. Esto último se desmintió oficialmente y las autoridades no se pronuncian sobre su salud, trasladando sin más la esperanza de sacarlo con vida.
Sea cual sea el desenlace, Rayan, que tanto recuerda al caso de niño Julen español que acabó en tragedia, está consiguiendo lo que la política no alcanza.
Su rescate se sigue desde muchos países y con fervor en los árabes. No son una excepción los vecinos argelinos, separados de los marroquíes por la diplomacia y unidos por un niño de cinco años.