Darío Gallardo nació en Goya, Corrientes, se formó en el Ejército y lidera travesías por Salta y la cordillera.
“El nombre de la estancia me condenó desde que nací”, asegura Darío Gallardo sobre Libertad, el establecimiento que lo vio crecer. En un alto de un paseo a caballo por Estancia La Pelada, en Esquina, Corrientes, comparte un vino que matiza con la historia de su vida. “Nací en Goya por una circunstancia particular. En realidad, soy de acá”, desliza. “Mi madre es de apellido Martínez y desciende de una familia correntina muy tradicional. Habitan estas tierras desde 1767. Juan Esteban Martínez, un antepasado nuestro, estaba a cargo del Cabildo de Yapeyú. El tema es que mi madre se enamoró de mi padre, que era un tipo cualquiera, y mi abuela no aceptó esa unión. Pero mi madre se casó igual y se instaló con mi papá en Goya. Por eso nací allá. Con mi llegada, hubo un acercamiento familiar. Y entonces me mandaron a vivir con mi abuela a Estancia Libertad. Ella me crió; mi madre se quedó en Goya”, relata Darío, que tiene 61 años y luce rastra, una faja gruesa con apliques en plata que además de ser muy linda, protege su cintura.
Con 29 años, Darío volvió al campo de su familia. “En los 90 las vacas no valían nada. El sueldo del peón eran cinco vacas por mes. No sabíamos qué hacer”, rememora el correntino mientras procura que las copas de quienes lo rodean estén con vino. “De pronto noté que los extranjeros que pasaban de visita por el campo se enloquecían con mi estilo de vida. Querían andar siempre conmigo y vivir mi vida salvaje. Salíamos a caballo, los hacía dormir en cualquier rancho, y terminaban fascinados. Porque yo me quedo donde me hallo. Es un concepto que no falla”, asegura Gallardo, quehace 23 años tiene Gaucho Argentino Cabalgatas, una empresa de travesías que nació “sin planes; sólo porque tengo muy buen instinto”.
“Argentina tiene muy buena gente. Me gusta mostrar mi país como es. A los extranjeros les encanta el folclore, la cultura del gaucho, nuestra carne y el vino”, confía mientras aclara que todo puede sonar muy lindo, pero que “es laburo” y que no para de laburar. Entonces vuelve a enfatizar: “Cuando algo me aburre, lo largo. Nada de lo que hago es por dinero”. Por eso hace 14 años, en un momento de crisis, se puso a estudiar sobre vinos. Amante de la guitarra y las peñas que se arman alrededor del fuego, una vuelta se encontró con un hombre de Houston, Estados Unidos, que había comprado viñedos en San Rafael, Mendoza. “Me metí enserio con los vinos. Porque las conexiones son todo. Y yo soy un tipo que disfruta de charlar y compartir con el otro”, asegura este correntino que para todo tiene una solución y que le sonríe a las propuestas.
Padre de cinco hijos que ejercen profesiones bien diversas, ahora está en pareja con una polaca. “Era gerente de Philip Morris en Argentina y la conocí en una cabalgata acá, en La Pelada. Ella vivía en Suiza, pero le dije que hasta allá no me iba a ir. Sí hasta Buenos Aires. Pasé tres años yendo y viniendo al Faena, donde vivíamos. Juntos tenemos una hija, Inés, que tiene once años y que ya cruzó los Andes 17 veces conmigo”, cuenta. Entonces agrega que su mujer es sommelier y que juntos exportan vinos. “A las cabalgatas llevo muy buenos tintos. Siempre me gustaron, pero con los años me fui tuneando”, desliza mientras sirve una ronda más. Y, entre empanada y empanada, lanza una reflexión: “Una cosa es un favor y otra es una gauchada. La gauchada es mucho más grande y hace a la esencia del gaucho. Tiene que ver con ser auténtico y servicial… Por eso a veces uno puede chocar en esta sociedad”.