Alberto Fernández prepara su reunión con Lula, como parte de su estrategia reeleccionista. Y Cristina cree que la victoria la ayudará en su pelea judicial.
Ni bien se confirmó el triunfo electoral de Luiz Inácio Lula Da Silva en Brasil, comenzó el intento por "apropiarse" políticamente, a través de paralelismos entre lo ocurrido en el país vecino y la situación interna argentina.
Para el peronismo, el regreso al poder del líder del PT significa mucho más que ganar un aliado en el mayor país de la región: es un verdadero envión anímico, que permite ahuyentar la idea de un retroceso de los gobiernos "progresistas".
Es por es que, ya desde los días previos a la elección se intentó presentar esta vuelta de Lula como una reivindicación de las propias políticas del Frente de Todos, al asimilar al cuestionado Jair Bolsonaro con el programa de gobierno que está anticipando Mauricio Macri.
Y además, claro, está el componente del lawfare: para los seguidores de Cristina Kirchner, este es el detalle esencial: Lula se presentó en su discurso como una prenda de paz y unidad nacional, como una persona que había sufrido persecución y aun así no volvía con ánimo revanchista, sino como pacificador de un país que sufrió una violenta grieta.
Para Cristina, que espera en pocas semanas la resolución de la causa judicial que la podría condenar por corrupción en la obra pública, la elección de Lula equivale a una verdadera victoria personal: confirma su relato sobre el "lawfare" con el que se quiso, infructuosamente, perseguir a líderes progresistas.
"Hoy más que nunca, amor y mucha felicidad. Gracias pueblo del Brasil. Gracias compañero Lula por devolverle la alegría y la esperanza a nuestra América del Sur", escribió Cristina pocos minutos después de la confirmación del resultado electoral.
En cuanto a Alberto Fernández, ya hace las valijas para felicitar en persona a Lula en Brasil y sacarse la ansiada foto. Esta vez la prudencia lo llevó a desestimar la idea de un viaje relámpago en la misma noche de la elección, algo que había planificado para la primera vuelta y que debió suspenderse ante el inesperado resultado que forzó el balotaje con Bolsonaro.
Pero el Presidente está dispuesto a sacar el máximo provecho posible de una apuesta política que en su momento le valió críticas: fue el único presidente que visitó a Lula en prisión, para máxima irritación de Bolsonaro, con quien jamás pudo superar la pésima relación personal.
Es por eso que Alberto considera, también, que la victoria de Lula implica una reivindicación de sus posturas de política exterior. Y más que eso, intenta que la victoria del PT pueda ser interpretada internamente como la necesidad de contar con un líder peronista que se aleje de los discursos radicalizados. O sea, él mismo, en su intento reeleccionista.
"Tu victoria abre un nuevo tiempo para la historia de América Latina. Un tiempo de esperanza y de futuro que empieza hoy mismo. Acá tenés un compañero para trabajar y soñar a lo grande el buen vivir de nuestros pueblos", fue el mensaje del Presidente en las redes sociales.
"Después de tantas injusticias que viviste, el pueblo de Brasil te ha elegido y la democracia ha triunfado. Latinoamérica sueña", completó Alberto, dando el tono de cómo el Gobierno argentino interpreta el comicio brasileño: una victoria de la democracia contra las políticas autoritarias y regresivas.
Un discurso a pedir de Cristina
Lo cierto es que el discurso de Lula en su noche triunfal sonó como música a los oídos de los líderes peronistas: implicó una reivindicación de todo lo que la narrativa oficial gusta repetir. Lula repitió varias veces la expresión "inclusión social", habló sobre la necesidad urgente de poner a la economía a funcionar en favor de la redistribución de la renta y enfatizó que el gobierno no puede ser indiferente ante la pobreza.
Habló expresamente sobre cómo los pobres debían ser tenidos en cuenta a la hora de confeccionar los presupuestos, del rol que le cabe al Estado para eliminar la situación de familias que viven en la calle.
Y destacó que Brasil, como tercer mayor productor mundial de alimentos, no podía permitirse que hubiese gente con hambre. En ese sentido, reiteró la promesa que había hecho cuando ganó por primera vez en 2002: que su principal objetivo de gestión sería garantizar tres comidas diarias a los más de 200 millones de brasileños.
Hasta pronunció la frase "para todos", en alusión a cómo debe ser la concepción de la economía nacional.
En definitiva, un discurso que Cristina Kirchner podría haber firmado al pie sin dudar un instante. El kirchnerismo, que descree sobre la conveniencia de moderar el discurso y "correrse hacia el centro", maneja encuestas que afirman que la población argentina está afín para escuchar un discurso de mayor radicalización política.
Por eso, se celebró ampliamente que Lula haya hecho mención a que el mensaje del pueblo brasileño fue: "Más y no menos inclusión, más y no menos igualdad, participar activamente en las decisiones del gobierno y no apenas tener el derecho de protestar. El pueblo quiere salud, educación, techo, perspectiva de futuro, comer bien, empleo, salario justo".
Lula tuvo incluso una definición muy típica del desarrollismo brasileño -pero que en Argentina se podría calificar hasta de proteccionista-, al referirse a cómo es la integración internacional que quiere para Brasil: no limitarse a ser tratado como un mero exportador de commodities, sino como un país capaz de agregar valor, "exportar inteligencia y conocimiento". Es también otra coincidencia con uno de los temas preferidos de Cristina, que se opone al "modelo de exportación de materias primas y salarios bajos".
Traduciendo el "lawfare" al portuñol
Pero, sobre todo, lo que impacta más en este momento del peronismo es el discurso de Lula sobre la grieta: habló sobre terminar con los discursos de odio y con "bajar las armas que nunca debieron ser empuñadas". Una alusión a la afición de Bolsonaro por la portación de armas para autodefensa de la población civil, pero que en Argentina se asimila a la contraposición con los discursos de "mano dura" que predican figuras de Juntos por el Cambio.
Y se prestó atención al párrafo en el que Lula aludió al futuro relacionamiento con el poder judicial, al que pidió no interferir en la gestión del gobierno. Pocos minutos antes, el juez Sergio Moro -el que condujo la investigación del caso "Lava Jato" que envió a Lula a prisión- reconocía la victoria de Lula mientras los seguidores del PT le recordaban que había sido penalizado por parcialidad en la función, al complotar con los fiscales para restringir el acceso a la defensa de Lula.
La aspiración del kirchnerismo es que jueces y fiscales argentinos tomen nota del giro que dio la historia en Brasil: el juez que envió a Lula a prisión tiene ahora una causa judicial y sufre repudio social, mientras Lula vuelve al sillón presidencial.
Desde el punto de vista de Cristina, es inevitable trazar el paralelismo entre las dos situaciones. La apuesta del kirchnerismo es que si el argumento del lawfare es aceptado por la opinión pública, los funcionarios del poder judicial, que son permeables al clima político del país, tenderán a suavizar sus posturas.
Y, a esos efectos, la suerte divergente que corrieron Lula y Moro implicaría un mensaje potente para fiscales y jueces en Argentina. De hecho, en su último alegato por la causa de la obra pública en Santa Cruz, Cristina insinuó que piensa pedir un juicio por prevaricato contra sus acusadores.
La apuesta secreta de Alberto
Sin embargo, las coincidencias entre Lula y el kirchnerismo terminan en ese plano discursivo. Porque a la hora de definir políticas económicas, Lula está lejos de ser un exponente de la izquierda radicalizada. Más bien al contrario, el gran esfuerzo del líder del PT durante la campaña fue enviar mensajes a la clase media y al poder económico.
Es por eso que, para empezar, eligió como compañero de fórmula a Gerardo Alckmin, un ex candidato del Patrido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), al cual pertenece el ex presidente Fernando Henrique Cardoso. Es por eso que, además, habló ante la poderosa Federación de Industrias del Estado de Sao Paulo, donde envió señales de previsibilidad en cuanto a la política económica y financiera.
Brasil está creciendo a un 2,3% y, después de tres meses seguidos con deflación, espera disminuir su inflación para el año próximo a apenas un 5%. El mensaje de Lula no fue el de un ataque a los márgenes empresariales ni una explosión de gasto público financiada con emisión monetaria. Todo lo contrario: sus gestos y los nombramientos de colaboradores apuntan a la continuidad de una política reformista y "market friendly".
Esa situación es la que tratará de aprovechar Alberto Fernández en su disputa interna con el kirchnerismo: quiere persuadir al Frente de Todos de que la única chance de disputarle la elección al macrismo es con una alianza que devuelva la confianza del desilusionado electorado de centro, ese mismo que le había dado la victoria en 2019.
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Es el mensaje que tratará de enviar en los próximos días cuando tenga la posibilidad de sacarse la foto junto a Lula: que es la hora de una centro-izquierda responsable y que teje alianzas con el empresariado, algo que él quiere encarnar en contraposición a un kirchnerismo dispuesto a tensar la cuerda en el plano social.