En un recodo al camino que sube Montjuïc, a la sombra del Estadi Olímpic Lluís Companys, aguardaba el Palau Sant Jordi sabedor de que tocaba fiesta. Noche grande, nada más y nada menos que la retirada de los escenarios de Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943) este 23 de diciembre de 2022. Había gente desde horas antes del inicio del concierto en las inmediaciones del Palau, que se iba llenando solemnemente hasta la bandera.

 

"Proclamo mi despedida por voluntad propia", advertía el cantautor, al inicio de un show repleto de cariño mutuo público-artista-público de principio a fin. Y es que los sentimientos fueron "contradictorios" durante toda la noche, como reconocía el noi del Poble-sec desde las tablas. Esto era una fiesta, así lo deseaba Serrat, "quiero pasármelo de cojones", pero, sin embargo, no pudo disimular la emoción cuando el auditorio le devolvía las gracias por su carrera, por tantos años, desde 1965 hasta este mismo viernes. O cuando en la recta final del espectáculo agradecía "la vida, a la familia, mis padres, mis hermanos, mis sobrinos, mi mujer y compañera, mis hijos, hija y nietos".

Y es que parece mentira, pero ya está, ya podemos ir bajando la cuesta, que arriba en mi calle se acabó la fiesta. El que tantas giras ha dado por el mundo, España, Europa, América Latina, New York, escogía como punto y final el Palau que dista escasos dos kilómetros de la casa que le vio nacer en el Poble-sec, a la ladera del monte de Montjuïc, desde donde se contempla el azul del Mediterráneo.

 

Cuando sonó Mediterráneo, por cierto, el pabellón se rompió, también con Para la libertad, Paraules d'amor o Cantares, estas dos últimas entonadas a pleno pulmón desde las butacas, así lo reclamó el propio Serrat: "Ustedes también querrán cantar". Sin embargo, el concierto comenzó con Temps era temps, Cançó de bressol y El carrusel del Furo, para ir entrando en materia, pues se trataba de pasear por una carrera musical de más de cinco décadas. El compás de Fiesta lo marcó el público de principio a fin con sus palmas. Y es que, no sobra repetirlo, esto era una fiesta por empeño del anfitrión, pese a las lágrimas disimuladas de más de una persona.

De la grandísima relevancia que sus composiciones tienen para la historia de la canción catalana y española, no se puede añadir mucho más. De la intrépida capacidad de poner voz a poemas de autores de la talla de Antonio Machado o Miguel Hernández (las Nanas de la Cebolla que cantó este viernes puso la piel de gallina a las casi 20.000 personas presentes en Montjuïc), tampoco. De su personalidad como cantante, ya lo escribió Joaquín Sabina: "Mi primo, el nano, cuando canta, le tiembla el corazón en la garganta".

Y, sin embargo, todavía hay que añadir algo más. Tras su último concierto, hay que guardar luto, además, por la pérdida del intérprete, del amo del escenario, del cómico, del actor. La destreza con la que el barcelonés se mueve sobre las tablas, juega y bromea con el público e interpreta también corporalmente, pese a su edad, las canciones solo puede ser escuela de artistas. Y las manos, cómo mueve las manos cuando canta, cuánto transmite con sus gestos.

Este viernes no quiso perderse el último baile de Serrat el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que estuvo acompañado por la plana mayor del PSC y algunos de sus ministros del Ejecutivo. También estuvo en el Palau la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. El jueves, hizo lo propio el president de la Generalitat, Pere Aragonès. Y es que Serrat goza de otro don, la de generar consensos alrededor de su figura. Se va un hombre de consensos en un momento en el que estos brillan por su ausencia.

Una guitarra, con esta canción despedía Serrat su despedida. El círculo que se cierra, pues esta fue su primera canción, fechada en un homónimo LP allá por 1965. Con solo una guitarra cantó la última, tal y como empezó su carrera en los escenarios. Un taburete, una guitarra y él. Y así marchó, recogiendo el taburete, sosteniendo la guitarra y caminando hacia el telón de fondo hasta desaparecer. Volvió, a recoger los últimos aplausos, una cerrada ovación, lucía camisa negra, como de costumbre.

Y miles de personas bajaron la cuesta de Montjuïc. Arriba se acabó la fiesta. Lo echaremos mucho de menos.