La película, reconocida en varios festivales internacionales, narra el despertar sexual de Iris. El escenario es uno de los barrios más grandes de la capital correntina, las Mil Viviendas. La hostilidad hacia una vida diversa por parte de una sociedad conservadora. La historia del complejo habitacional, que es parte esencial de la historia.
Por Andrea de los Reyes. Especial para El Litoral
Con un largo plano secuencia inicia “Las mil y una”, una producción argentina-alemana que el pasado viernes se estrenó en la plataforma digital Netflix. En los primeros minutos, se presenta a Iris, la protagonista, una adolescente que juega al básquet y que picando la pelota anaranjada recorre los laberínticos pasillos de uno de los barrios más grandes de la ciudad de Corrientes: las Mil Viviendas.
La película narra el despertar sexual de Iris (Sofía Cabrera), la amistad con sus primos Darío (Mauricio Vila) y Ale (Luis Molina), y la hostilidad de una vida diversa en una sociedad conservadora y misógina como la de Corrientes. El elenco se completa con Renata (Ana Carolina García), interés amoroso de Iris; y la mamá de Darío y Ale (Marianela Iglesia) quien los contiene con sensibilidad y ternura.
La historia fue dirigida por Clarisa Navas y es un drama Lgbtq que tuvo una variada repercusión desde su estreno en la popular plataforma, viene de cosechar reconocimientos y premios en los festivales de Mar del Plata, San Sebastián, Lima, Valdivia, Toulouse y Guadalajara, y que inició su recorrido mundial en la sección Panorama en la Berlinale, pocos días antes de que se declarara la pandemia por el covid-19. Desde diciembre pasado está disponible en Cine.ar, pero la llegada al gigante del entretenimiento, gestionada por la productora Varsovia, le dio un impulso en otra escala, que para su directora se transforma en “una gran pregunta”.
Clarisa Navas es correntina, nacida y criada en las Mil Viviendas, emigrada a la ciudad de Buenos Aires para estudiar cine en la Universidad Nacional de las Artes (UNA) hace una década. En sus dos primeros largometrajes volvió sobre el nordeste. El primero se llamó “Hoy partido a las 3”. Fue rodado en un sitio no muy identificado que pudo ser cualquier potrero de Chaco o de Corrientes, y que retrata con sutil humor la pasión de las mujeres por jugar al fútbol. El segundo es “Las mil y una”, potente film en el que vuelve al universo periférico, realista y vibrante de su barrio de la infancia.
En diálogo con este diario, Navas se refirió al desembarco de su segunda obra en Netflix: “Con plataformas tan grandes y populares, todo es una pregunta”. Navas entiende que su obra maneja otros tiempos, otros ritmos, otros escenarios y se interroga qué sucederá frente a “un contenido que muchas veces muy homogéneo”. “Es un poco raro que compren películas de este estilo, pero en este caso Las Mil viene de un recorrido de festivales internacionales y de ganar premios, entiendo que hay algo de eso que les pareció interesante para incluir en su programación”, consideró.
Sobre las repercusiones que viene teniendo la cinta, dijo: “Siempre para mí una película es una suerte de promesa en cuanto a la recepción, una espera en encontrarse con sensibilidades que puedan ser tocadas y movidas. Particularmente con ‘Las mil...’ fue una sorpresa muy grande, que algo tan trabajado desde un lugar local pueda convocar y a la vez evocar muchas situaciones de personas en diferentes partes del mundo. Me sorprende mucho, me conmueve, porque es una suerte de encuentro”.
La película de Navas, además de premios, fue recolectando críticas destacadas y comentarios positivos, especialmente, de la comunidad Lgbtq, que pone la identificación con las experiencias de la diversidad en sectores populares o marginales de Latinoamérica. La mirada de Navas no es ingenua. Se anticipó a algunas de las repercusiones que tuvo entre los propios vecinos de las Mil Viviendas.
Es que el espejo que proyecta Navas sobre el barrio no es del todo amable. Este gran complejo urbano, que transformó la ciudad de Corrientes entre 1970 y 1980, condensa una población muy heterogénea que vivió sus primeras décadas desconectada del resto de la capital provincial. Su historia y su presente están marcados por la necesidad de un amplio sector de la sociedad de acceder a un techo, sobre la relación con los servicios públicos y las demandas al Estado, pero también sobre las tensiones en una vecindad tan diversa.
El barrio
Las Mil Viviendas son en realidad las casas del barrio General San Martín, pero prácticamente nadie lo conoce con ese nombre que no figura ni siquiera en los mapas municipales. Como su apodo lo indica, este conjunto habitacional está conformado por mil viviendas sociales; la mitad individuales y el resto como pabellones colectivos. Las primeras casas fueron entregadas entre 1979 y 1980, en plena dictadura militar argentina, pero fueron planificadas varios años antes.
Sobre el origen de Las Mil, que hoy representa uno de los distritos más populares y nucleares de la ciudad, el profesor investigador y arquitecto de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional del Nordeste (Unne), Miguel Ángel Riera, dialogó con este diario, y explicó que el proyecto empezó a gestarse a través del Fondo Nacional de la Vivienda (FonavI) cuando esa zona de la ciudad que era un gran vacío, “prácticamente campo”. El barrio y otros conjuntos de viviendas sociales lindantes fueron edificadas entre las décadas del 70 y el 80 sobre un campo de aviación y un basural con el objetivo de establecer una ciudad satélite.
“La gran novedad del proyecto era la incorporación de equipamientos sociales como una escuela, un centro comercial y una sala de primero auxilios, luego se incorporó una guardería y más tarde la escuela secundaria”, detalló. El modelo de las Mil Viviendas replica el de tantos otros distribuidos por todo el país: “Es un lineamiento de cierto urbanismo moderno, de Europa de la primera mitad del siglo XX. De allí se tomaron ideas que fueron adaptadas. Se generó una micro ciudad que abastecía a la población en la demanda comercial, educativa, incluso, religiosa, combinando viviendas individuales y colectivas”.
Esa idea de ciudad paralela, se mantuvo durante décadas. Al principio, las Mil estaban desconectadas del resto de Corrientes. Las calles eran de tierra y el transporte público no llegaba. “La idea de micro ciudad quedó vigente. Todo el proyecto fue una novedad. Esto transformó la organización de la ciudad, la forma de extenderse. Lo que hoy puede parecer conectado, hace cuarenta años era la absoluta periferia”, apuntó Riera. Pero más allá del transporte público, bastante de ese clima de periferia urbana permanece hoy, aún con el barrio conformando parte de la identidad de la ciudad.
Las Mil, al igual que el resto de los entornos de vivienda social construidos entre los 70 y los 80, fueron creciendo de forma desordenada. Por la forma en la que fueron pensadas, las casas y los monoblocks no pudieron extenderse y los vecinos empezaron a tomar parte del espacio público para realizar cocheras o espacios comerciales. Tampoco hubo un mantenimiento a través de consorcios u organizaciones vecinales, generando un deterioro en la forma de vida, explícito en el film de Navas.
Más allá del paso del tiempo, hay un pecado de origen: “La calidad constructiva de este grupo, no tenían la calidad de los barrios Perón y Evita. Era otro momento del país y del mundo”, dijo Riera. “Los espacios libres en los monoblocks no fueron pensados como plazas o espacios verdes sino como espacios de ventilación. En ese tiempo, la política era dar vivienda a la mayor cantidad de gente. El barrio no responde a una planificación urbana, no era un plan integral, sino un fragmento de la ciudad aislado”, consideró Riera que forma parte del Centro Investigación en Arquitectura Moderna (Ciam).
Deterioro
El presente de este gran espacio social, con varios indicadores en rojo, ostenta una degradación arquitectónica. “Esos edificios fueron construidos hace cuarenta años, hubo entonces variaciones en calidad y el tipo de materiales, irregularidades que se hicieron evidentes con problemas estructurales, pérdidas, rajaduras, complicaciones en los asentamientos. No se tuvo en cuenta un aislamiento acústico de las paredes, entre otros aspectos”, enumeró el arquitecto.
“Las Mil son un reflejo de un tiempo particular y de un modo de pensar la vivienda social. Los resultados (de esas políticas) con el transcurrir de los años se fueron evidenciando”, explicó Riera.
En ese sentido, Navas reflexionó: “Las Mil es uno de esos planes que se diseñaron para albergar a gran parte de la población que venía desde zonas más periféricas aún, a una clase media incipiente. Esas formas de ver y concebir la vida, se han manifestado en otros sitios de Latinoamérica, en nuestro país, en las provincias de norte se pensó que la vida podía ser vivible en condiciones de hacinamiento y de deterioro”, y agregó: “En cada pared y en cada parte de las Mil, están marcadas esas ausencias del Estado, esos deterioros de la arquitectura, pero también de las condiciones de vida. Eso se comparte en muchísimos lugares de Latinoamérica”.
Durante los últimos años hubo intentos aislados por apuntalar los edificios y mejorar la infraestructura general del barrio. Intentaron los vecinos y también intentó el Estado. Sin embargo, las tareas no avanzaron demasiado ya que la situación del resto de la ciudad de Corrientes es aún más compleja. Como parámetro general, la Encuesta Nacional sobre la Estructura Social (Enes) 2014-2015 indica que existe un déficit habitacional cuantitativo y el cualitativo del 61.8 por ciento en la región NEA.
Al respecto, la arquitecta Florencia Rus del Colectivo Habitacional Turba, sostiene que en las Mil Viviendas no se habla de hacinamiento sino de una alta densidad de población. “Si uno mira el plano de las situaciones más críticas en Corrientes, no aparecen en general estos conjuntos habitacionales, sino que hay otras áreas más complejas”, consideró en diálogo con este diario.
“Sí hay una cuestión de deterioro relacionada al mantenimiento, que a lo largo de los años no se ha sabido cómo trabajar en la gestión de espacios comunes. Eso suele pasar en general con las viviendas colectivas de propiedad horizontal”, apuntó y destacó que “estos bloques se pensaron con muy poca flexibilidad y hoy surgen muchos problemas como la necesidad de expansión o de un garaje para el auto. Las dimensiones de los espacios son mínimos, se economizaron metros cuadrados. Esto sigue ocurriendo hasta hoy en día, no es algo exclusivo de las Mil Viviendas”.
Sociabilidad intensa
Lo que trasciende al deterioro de esta ciudad satélite es la impetuosa vida comunitaria. Al respecto, Rus consideró que es relevante una lectura de lo que transcurre en esa intensa sociabilización que tiene lugar en los espacios verdes y las áreas colectivas y comunitarias de las Mil Viviendas. “Aparece la actividad de los vecinos, una señora que pone un puesto de comida en la calle, los chicos que interactúan, hay entornos de mucha sociabilidad y eso es muy interesante y que muchas veces en otros espacios de la ciudad no pasa”, indicó.
De los barrios populares hay que rescatar y destacar “las formas de autogestión y de construcción social del espacio y del habitad, que tienen muchísimas riquezas desde la autoconstrucción de la vivienda, la solución de los problemas habitacionales de forma rápida y colectiva, entre otros aspectos”, insistió Rus y allí coincidió desde su mirada como urbanista con la apuesta de Navas desde el arte.
“Las Mil tiene una enorme fuerza. Hay hoy una eclosión de muchas personas que piensan diferente pero igual siempre sentí al barrio como un reservorio de fuerza, que va mucho más allá del margen o la idea de un margen. Un poco la película evoca estas condiciones”, finalizó Navas.
Las Mil Viviendas no son el telón de fondo de un drama latinoamericano que se estrenó en Netflix. Como Iris y sus primos, como Renata, y esa mamá bailando una cumbia romántica y tomando una cerveza en una calurosa noche correntina, las Mil resisten como protagonistas de su tiempo.